2 de octubre de 2010

Escape

Es duro matar a un hombre. Yo lo he matado. La línea que nuestras vidas habían seguido marcaban, desde siempre, este encuentro fatal. Yo no sería nunca más el mismo. Él, simplemente, ya no es. Me pregunto cómo las causas se sucedieron hasta llegar al punto donde nos encontramos. Saber que al nacer, y durante toda su vida, ignoró que yo, otro hombre, en otra latitud, en otro pueblo, me encontraría después de recorrer miles de kilómetros, de desandar por millones de minutos, para que el encuentro final se pudiera dar. El pasado, tan misterioso en sus líneas, me deja sin aliento cuando pienso que un simple movimiento diferente de lo ya ocurrido habría hecho que el curso de estas dos vidas que se encontraron para darle paso a la muerte se pudieran separar. Pero no fue así, yo di los pasos que debía dar, él también los suyos.

Mentira, es mentira: él no pudo dar los suyos, nosotros obligamos sus pasos. Antes de nacer ya habíamos dictaminado el encuentro final, este encuentro que yo, solo yo, podía evitar, y no evité. ¿O tal vez yo, como él, estaba determinado? Claro que no, pues abrir el paso del potente gas para que los cuerpos aspiraran su muerte no era mi destino fatal. Pude haber dicho la palabra que mi víctima alcanzó a decir miles de veces pero que no tuvo efectos en su limitada realidad.  “No”, esa palabra. Yo podía, además de decir, actuar con base en un “No” que me sacaría del camino fatal que ahora pesa, por siempre, sobre la humanidad. Pesará sobre mí, hasta mi muerte, pero en ese momento me convertí, como el mítico Caín, en una nueva mancha en la piel, mejor en la sangre, de los seres humanos, pues fue un humano, con toda su inhumanidad, quien determinó, sin justificación, que esos ojos negros que me miraban se cerraran por siempre, que ese cuerpo rayado por el hambre cayera sin vida encima de otros cuerpos.

No es este texto una liberación, pues no la hay, y no la debe haber. El “No” lo ignoré, me abstuve de pronunciarlo. Ahora debo pagar, ahora estoy pagando. El encierro que la “justicia” me negó me la he impuesto: no debo ver a otro ser humano, no soy digno de la existencia que me dan sus miradas y su palabra. Viviré, sí, mi organismo permanecerá. Con aquella muerte desprecié mi existencia como humano. He perdido la cuenta de los años que no veo la luz, que no veo un rostro, que no escucho una palabra. Solo una mano me deja algo de comida, para que la facilidad de la muerte no me libere. No quiero que me encuentren, ni que tengan compasión. Deben tener claro que esta carta, si alguien llega a leerla, es la expresión de mi vileza. Al escribir incumplo mi condena, pero esta escritura la aumenta. Los pasos de libertad que doy con la escritura, esos ojos negros que se desvanecieron en la nada no los podrán dar jamás. Aún continúo abriendo, con estas líneas, la cámara de gas.

Un soldado que le cumplió a su patria.

1 comentario:

  1. Loco, que nota de escrito, me gustó mucho.

    En qué te basaste para escribirlo o cuál fue la inspiración?

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