1 de mayo de 2012

Un hogar en Montreal


Hace un año llegué a Montreal y me gustaría compartirles algo de mi experiencia. Los primeros días no fue fácil encontrar un hogar, pero con el tiempo, y siguiendo los consejos del gran Marx (no de Carlos, por supuesto, sino de Groucho) pude ver que, mejor que las paradas de bus para dormir, los mismos buses eran lo que tanto había anhelado. En Montreal gran parte del año el cuerpo debe soportar temperaturas bastante bajas, como pueden imaginarse. Al punto que si se está mucho tiempo afuera las tetillas del hombre dejan de cumplir su función. Los primeros días no pude utilizar mis tetillas, pues las paradas, al no estar cerradas, dejaban entrar el dolor del frío glacial. Aprendí entonces que por 75 dólares canadienses al mes tenía derecho a montar en autobús, sin límite. Aunque ya tenía parada preferida, la de Cristóbal Colón con Villeray, en la cual había instalado un pequeño inodoro y una estufa, y en la que vendía tinto y aguardiente menudeado, observé que en términos de calefacción ofrecía más ventajas el bus. Además, las personas que esperaban en mi parada comenzaron a pelear por el licor, como en los estadios en Medellín. También, algunos policías se sintieron tentados por el negocio, y querían cobrarme vacuna, al menos eso fue lo que les vi en las caras, pues en ese momento no entendía mucho el francés.

Yo siempre he tenido en mente la idea de progresar, y mi oportunidad se dio. En este momento aprendí a dormir con el movimiento del autobús. Me hice amigo de algunos conductores que me han ido enseñando el idioma. El servicio público, como pueden imaginar, es las 24 horas del día, por lo tanto nunca me falta el calor. En este momento trato de ajustar una estufa y el pequeño inodoro en la parte de atrás, para no tener que bajarme y entrar en un centro comercial. Al principio algunos conductores no me comprendían,  mi Francés no era el mejor, pero ahora han entendido que en mi casa debe haber ciertos servicios básicos. Han aprendido, por ejemplo,  a frenar con anticipación y a acelerar con decencia, pues a veces se me regaba el chocolate cuando les daba por creerse conductores de Circular Sur. 

A veces el bus se llena mucho, entonces me bajo, espero en una de mis paradas, que las he tomado como mis pequeñas cabañas, y me monto en otro de mis buses. A veces es incómoda tanta gente en la casa de uno, que llega y se va, pero todo es costumbre, además es bueno, para un hombre soltero, un poco de compañía. Cómo ven, estoy progresando, tengo hogar por toda la ciudad. Quienes quieran inmigrar, como yo lo hice, ya saben que tienen un hogar que los espera. Podemos conocer juntos la isla y tomarnos uno que otro guaro.