15 de agosto de 2014

Ceguera

D

Desde que me quedé ciego no veo nada. Es obvio, no veo nada si soy ciego, pero señalo la obviedad por que mi caso es diferente. No quiere decir que yo sea realmente especial. El caso es especial, no yo. Yo soy ordinario, con las mismas necesidades básicas de quien no puede dejar de comer y cagar. Todo comenzó ayer, hablo de mi caso, no de todo, todo. Quiero ser explícito en cada enunciado para que no se me acuse de dejar en el aire ideas que pueden ser interpretadas de una manera que no corresponde a las intenciones conscientes y aun inconscientes que me animan a escribir lo que usted va a leer. Aclaro lo de dejar en el aire las ideas. No es que las ideas estén en el aire. Éste, el aire, aunque está compuesto de muchos elementos, que no voy a enumerar en este escrito, no incluye las ideas como una de sus partes. Ellas, las ideas, parecen no tener un lugar preciso. Podría decirse que están en el cerebro, sin embargo esta afirmación puede ser fuente de críticas. Los neurólogos, o quienes se ocupan del estudio del cerebro, conocen muy bien el tema, aunque no haya necesariamente una respuesta definitiva hasta el momento. Si usted está interesado en este tema en particular puede leer las últimas investigaciones en neurología. Revistas científicas están disponibles en Internet,  aunque en algunas hay que pagar, dada la mercantilización del conocimiento, tema que no tocaré para no hacer pesado este escrito. Por supuesto que hablo de pesado en términos de complicado, no de la fuerza de atracción que sobre los cuerpos ejerce la tierra. Aunque similitudes se pueden establecer entre las dos posibilidades de entender que algo es pesado. Decía entonces que quiero ser explícito acerca de las intenciones conscientes e inconscientes que me motivan a escribir. En cuanto a lo conciente me digo que hay un interés por dar a conocer una historia que puede ser utilizada por otros en aras de disminuir los riesgos de ceguera. En cuanto a las intenciones inconscientes un amigo psicoanalista me llevó al punto de mirar cómo la falta de relación con mi padre afectó de manera contundente las motivaciones que desde niño tengo frente a cualquier situación. Al parecer la figura paterna que construí, ante la ausencia de mi padre, estuvo basada en una avestruz que merodeaba la casa. Tengo recuerdos vagos, pero todo indica que cuando mi madre me amamantaba yo miraba por la ventana a la avestruz que, con ojos inquietos, buscaba dentro de la casa bananos para el desayuno. Esta escena se repitió una y otra vez al punto de crear una relación estable entre el avestruz y el pequeño que desarrollaba su aparato psíquico, y su aparato digestivo. Los gases que por la época expulsaba por mis partes bajas han sido copiosamente comentados por expertos en la materia. Dicha relación llevó a gran confusión el complejo de Edipo que mi madre había comprado en la farmacia para mi normal desarrollo. Sin embargo, a pesar de las complicaciones gaseosas o edípicas, lo que más me marcó, según las libres asociaciones que alcancé a realizar con ayuda de mi amigo, fue el día en que el avestruz, viéndose atrapada por los domadores de avestruces que estaban de moda por esa época, como también lo estuvieron los emos, metió su cabeza en la tierra y no hubo fuerza humana, ni inhumana, que le sacara la cabeza. Tuvo que llegar la noche, cuando los domadores de avestruces hubieron partido, que sintiéndose tranquila, saco la cabeza y salió corriendo. Nunca la volví a ver. Ese momento tuvo un tal impacto que ahora, y ya viene el desenlace de esta breve lección de vida, no puedo sacar mi cabeza de la lavadora, y me he quedado ciego a causa del suavizante que mi esposa utiliza para que la ropa tenga un aroma agradable. Este es entonces mi caso. Imagino que casos como estos hay miles, pero al parecer la gente los guarda para no exponer sus relaciones tempranas, con padres, madres o avestruces, según el caso.